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terça-feira, janeiro 15, 2008

Las necesidades del Capital frente a las necesidades de los seres humanos (II)


Las relaciones de producción capitalistas

El cuento preferido por los economistas que celebran el capitalismo es que la competencia y los mercados aseguran que los capitalistas satisfagan las necesidades del pueblo, no por humanidad y benevolencia, sino (como lo expresó Adam Smith) «por su propio interés». Al competir en el mercado con otros capitalistas se ven impulsados (como espoleados por una mano invisible) a servir al pueblo. Sin embargo, para Marx, esta visión de la competencia y del mercado oscurece aquello que precisamente distingue al capitalismo de otras economías de mercado: sus relaciones de producción específicas. Las relaciones de producción capitalistas se caracterizan por dos ámbitos básicos: el ámbito capitalista y el ámbito de los obreros. Por un lado existen capitalistas-dueños de la riqueza, dueños de los medios físicos y materiales de producción. Y su orientación va dirigida hacia el crecimiento de su riqueza. Empezando con un capital de un cierto valor, en forma de dinero, los capitalistas compran productos con el objetivo de ganar más dinero, un valor añadido, una plusvalía. Y ahí está el quid, en los beneficios. Como capitalistas, todo lo que les importa es el incremento de su capital.

Por otro lado, tenemos a los obreros, personas que no tienen bienes materiales que puedan vender ni medios materiales para producir los bienes que necesitan para sí mismos. Sin estos medios de producción, no pueden producir mercancías que vender en el mercado a modo de intercambio. Así pues, ¿cómo obtienen los bienes que necesitan? Vendiendo lo único que tienen para vender, su fuerza de trabajo. Pueden vendérsela a quien quieran, pero no pueden elegir entre vender o no vender su capacidad para trabajar... si quieren sobrevivir.

Sin embargo, antes de poder hablar de capitalismo, deben haberse dado unas determinadas condiciones. No sólo debe existir una economía basada en productos y dinero, en la que unos sean los dueños de los medios de producción, sino que debe haber también un producto especial en el mercado: la capacidad para realizar trabajo. Para que ello suceda, argumenta Marx, los obreros deben ser primero libres en un doble sentido: deben ser libres para vender su fuerza de trabajo (por ejemplo, tener derechos de propiedad respecto a su capacidad para trabajar, algo de lo que carece el esclavo), y deben estar «libres de medios de producción (es decir, que los medios de producción deben de haber sido separados de los productores). En otras palabras, un aspecto singular de las relaciones de producción capitalista es la existencia de personas que, carentes de medios de producción, son capaces y se ven obligadas a vender un derecho de propiedad, el derecho de disponer de su capacidad para trabajar. Se ven obligadas a vender su capacidad para producir con el fin de conseguir dinero con el que comprar los bienes que necesitan.

Sin embargo, es importante comprender que, si bien la separación de los medios de producción de los productores es una condición necesaria para las relaciones de producción capitalista, no es una condición suficiente. Si los obreros están separados de los medios de producción, queda dos posibilidades: 1) los obreros venden su fuerza de trabajo a los dueños de los medios de producción; o 2) los obreros alquilan medios de producción a sus dueños. Existe una larga tradición en las ciencias económicas hegemónicas que postula que no importa que el capitalismo alquile fuerza de trabajo o que la fuerza de trabajo alquile capital, porque el resultado sería el mismo. Como veremos, para Marx existía una profunda diferencia: sólo en el primer caso, en el que tiene lugar la venta de la fuerza de trabajo, se puede hablar de capitalismo; sólo en este caso vemos las características específicas del capitalismo.

Sin embargo, no es simplemente el trabajo asalariado lo determinante. El capitalismo exige que exista fuerza de trabajo en tanto que mercancía y su combinación con el capital. ¿Quién compra ese derecho de propiedad concreto en el mercado y por qué? El capitalista compra el derecho a disponer de la capacidad de los obreros para realizar trabajo precisamente porque es un medio de lograr su objetivo: obtener beneficios. Porque eso y sólo eso, el incremento del capital, es lo que le interesa al capitalista.

Ya tenemos la base para un intercambio entre dos ámbitos del mercado, el propietario del dinero y el propietario de la fuerza de trabajo. Ambos quieren lo que le otro tiene; ambos obtienen algo a cambio en ese intercambio. ¡Parecería una transacción libre! Y ahí se detienen precisamente la mayoría de los economistas no marxistas. Tales economistas observan las transacciones que tienen lugar en el mercado y afirman: «Vemos libertad». Esto es lo que Marx describió como «el reino de la Libertad, la Igualdad, la Propiedad y Bentham». De hecho, como quiera que el partidario del libre comercio vulgaris sólo ve las transacciones en el mercado, sólo ve libertad.

Pero lo que aquí describimos no es toda economía de mercado. No toda economía de mercado se caracteriza por la venta de la fuerza de trabajo a un capitalista. Una defensa de una economía de mercado como tal no equivale a una defensa del capitalismo, como tampoco una defensa del mercado es una defensa de la esclavitud (que, por supuesto, implica la compra y venta de esclavos). Esta distinción entre capitalismo y mercados no es, sin embargo, la que los defensores del capitalismo tienden a hacer (según Marx, su ideología los conduce a confundir, desde la base, las características de las economías de mercado precapitalistas con el capitalismo).

¿Por qué? Pensemos en la característica específica de esa economía de mercado en la que la fuerza de trabajo se vende al capitalismo. Una vez concluida la transacción, observó Marx, vemos que tal transacción ha surtido un efecto en ambos ámbitos: «El que previamente era el dueño del dinero emerge como capitalista; y el propietario de la fuerza de trabajo lo sigue como su obrero». ¿Adónde van? Se adentran en el ámbito del trabajo; se adentran en el territorio en el que el capitalista tiene ahora la oportunidad de utilizar el derecho de propiedad que ha comprado.

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